jueves, 24 de enero de 2008

EL INCENDIO PERPETUO.

Hay hombres que sueñan con princesas; que buscan lo que no existe en el seno de la realidad; que develan, una y otra vez, el mismo misterio y que, a fin de cuentas, jamás lo encuentran, por decir lo menos, novedoso. Hay hombres que sueñan demasiado.
Hay mujeres que sueñan con bomberos; que viven el instante eterno de la urgencia, de la catástrofe; que reiteran, una y otra vez, la misma tragedia, sólo para revivir la esperanza del rescate. Hay mujeres que sueñan muy poco.
Hay, en la fatalidad, un cierto atisbo de infantilismo. En la decepción, coexiste un germen de inmadurez. El desamor es una rutina predecible, un camino conocido, un refugio amistoso en tiempos de tormenta. Una buena excusa para no hacer nada. Para no decidir.
No hay que confiarse de la regla general: hay personas a las que les gusta vivir en constante estado de excepción. Hay sujetos a quienes les gusta vivir sujetos, oprimidos, sólo porque desean experimentar, una y otra vez, el fenómeno de la liberación. Es una obviedad, pero el que es libre no disfruta su libertad. El que se sabe libre no conoce la ignorancia ni la necesidad de ella. Sólo el que se encadena aplaude el acto de escapismo.
Ni adictos al fuego ni al caos. Tan sólo fanáticos del rescate. Acérrimos simpatizantes de la fantasía de la vulnerabilidad efectiva, de la sensibilidad conveniente, del estado de peligro y de la excitación. Sé de personas que no saben sino saber lo que desean, mas nunca lo que quieren; que se sienten vivas en el instante previo de la muerte y que, en el momento justo del desfallecimiento, guiñan un ojo, perversamente, a la sabida espera de la resurrección.
¿Qué más puedo decir?... No son buenos tiempos para confiar en la gente... pero si no puedes confiar en su dolor, no puedes confiar en nada más.
Infierno. Infierno en la torre. El sufrimiento es un buen motivo para la sublimación. No quiero ser tragado por el huracán de la insatisfacción, que vuelve siempre en pos de la vivienda que quedó en pie. No quiero ser el héroe de esta jornada. No quiero estar en el momento justo y en el lugar preciso para hacer, a fin de cuentas, una vez más, lo inapropiado. No quiero vivir en el fuego premeditado del caos. Sinceramente, no soy el hombre de tus sueños. No quiero este rol.
Lo siento, me he sacado el traje ininflamable para siempre... pues hay dolores que son incombustibles.