jueves, 22 de noviembre de 2007

ADVOCATIO ROLL

He tratado de no hacer muchos juramentos en mi vida. No sé bien por qué. Tal vez sea porque la cuestión lleva a Dios inmiscuido y él nunca se ha llevado muy bien conmigo; tal vez, sea porque soy reacio a comprometer mi derecho a cambiar de opinión; tal vez, porque tengo cierta debilidad por la verdad y, en toda promesa, va implícita la amenaza de fallar y de mentir. Ya lo creo: la honestidad es una virtud secundaria,; la sinceridad es un refugio para los cobardes.
No tengo un particular apego por la verdad. No creo que tenga ella, en sí, nada de valioso. La verdad, qué duda cabe, es. Tan sólo eso. La verdad es simplemente lo que es. A lo menos, la mentira supone algún grado de imaginación.
No obstante, siento un profundo desprecio por la mentira. Vivir, en ella, es inabordable, ilusorio, imposible, como pretender caminar a ciegas sin la tienta y el tropiezo. Quien miente, creo, tiene una patológica afición por el poder, pues la mentira engaña al mentiroso o a terceros, y, en ambos casos, no se funda en otra cosa que en el cobarde afán de hacerle fintas a la realidad, eludirla, como quien evade un proyectil teledirigido, una misiva fatal de remitente conocido, o una bofetada. Nunca se engaña al diablo ni a la muerte... Asumo que a Dios tampoco. Quien miente convierte la impostura en un don, revelando la ausencia de talentos. Aclarémoslo bien: no hay talento para la mentira, sólo crédulos que la avalan. La mentira es, a fin de cuentas, tan sólo una bomba de ruido, una distracción - conciente o inconciente -, una debilidad. Quien apela a ella, se defiende con las puras manos de un tropel de armas biológicas.
Así es, la verdad es la peor de las armas de destrucción masiva.
Hoy, he hecho un juramento público - tal vez, el primero -, y he decidido cumplir con muchos de mis juramentos privados - de los que, puedo asegurar, no he hecho el último -. Me he propuesto el afán de andar por la vida con la cara limpia, con la dignidad al hombro y el compromiso por la verdad que no tiene quien la admira, sino quien, simplemente, ya no le tiene miedo y, por ende, no teme perderla... de vista. Aquello, porque todo aquel que haya sobrevivido a la verdad, sabe bien que ella siempre está ahí, vívida y vivida, al alcance de la mano.

lunes, 5 de noviembre de 2007

LA OTRA VIDA

"La vida está en otra parte"
(Rimbaud / Breton / Kundera)

Yo no elegí esta vida, aunque la merezca. Yo no decidí el curso de los acontecimientos, aunque ellos no sean sino el resultado de mis acciones... el efecto de mis desafectos... el reflejo de mis groseras morisquetas en el espejo.

Ya llevo algún tiempo acostumbrándome a esta caverna. Es triste, lo sé, pero, entre la jaula y el hogar, tan sólo media una mínima noción de distancia, un breve período de tiempo, un instante de resignación. No deben menospreciarse las habilidades adaptativas del hombre, su desapego de todo vestigio de humanidad que, en su peso intrínseco, pudiere provocar el hundimiento... su instinto de sobrevivir.

A decir verdad, no soy yo quien ha escrito estas líneas. Sí, les miento todo el tiempo (tal vez, sólo sea a ti "crisantema", lo siento), pues, en efecto, mis palabras las escribe alguien más. Alguien que tiene tanto poder sobre mí como ningún ser humano, empeñado en ser humano, tendría sobre sí mismo. Alguien que deleita sus dedos con piruetas de titiritero, que goza en el goce ajeno y desfallece en el goce propio. Alguien que hizo del resentimiento un sentimiento - primero y primerizo -, del odio una filosofía de vida - de muerte y de resurrección -, y del amor una rueda de disfraces - y, por lo mismo, una fiesta -. Alguien que disfruta esta mascarada, que juega a no jugar nada a la segura, aunque, en rigor, no se juegue ni arriesgue verdaderamente nada. Los sedimentos de mi vida ya fueron a depositarse donde las anclas simplemente no se elevan.
Yo no elegí esta vida. Es más, por algún tiempo, preferí otra, luché por otra, me desangré por otra, hubiera muerto por otra vida. Hoy por hoy - bendita sea la resignación -, siento que he progresado: ya, sencillamente, no prefiero nada.
Todo lo que quise de la vida se encuentra en otra parte, fuera de mi alcance, y, con todo, si todavía me alcanza, a decir verdad, ni siquiera me vale el intento.