jueves, 18 de septiembre de 2008

CON 1 CRISANTEMO (DE 7) BASTA.

No he dado, muchas veces, más de lo que tengo.
No me han dado, muchas veces, más de lo que doy.
Hoy, ha sido una de esas veces.
Muchas veces, gracias.

jueves, 24 de enero de 2008

EL INCENDIO PERPETUO.

Hay hombres que sueñan con princesas; que buscan lo que no existe en el seno de la realidad; que develan, una y otra vez, el mismo misterio y que, a fin de cuentas, jamás lo encuentran, por decir lo menos, novedoso. Hay hombres que sueñan demasiado.
Hay mujeres que sueñan con bomberos; que viven el instante eterno de la urgencia, de la catástrofe; que reiteran, una y otra vez, la misma tragedia, sólo para revivir la esperanza del rescate. Hay mujeres que sueñan muy poco.
Hay, en la fatalidad, un cierto atisbo de infantilismo. En la decepción, coexiste un germen de inmadurez. El desamor es una rutina predecible, un camino conocido, un refugio amistoso en tiempos de tormenta. Una buena excusa para no hacer nada. Para no decidir.
No hay que confiarse de la regla general: hay personas a las que les gusta vivir en constante estado de excepción. Hay sujetos a quienes les gusta vivir sujetos, oprimidos, sólo porque desean experimentar, una y otra vez, el fenómeno de la liberación. Es una obviedad, pero el que es libre no disfruta su libertad. El que se sabe libre no conoce la ignorancia ni la necesidad de ella. Sólo el que se encadena aplaude el acto de escapismo.
Ni adictos al fuego ni al caos. Tan sólo fanáticos del rescate. Acérrimos simpatizantes de la fantasía de la vulnerabilidad efectiva, de la sensibilidad conveniente, del estado de peligro y de la excitación. Sé de personas que no saben sino saber lo que desean, mas nunca lo que quieren; que se sienten vivas en el instante previo de la muerte y que, en el momento justo del desfallecimiento, guiñan un ojo, perversamente, a la sabida espera de la resurrección.
¿Qué más puedo decir?... No son buenos tiempos para confiar en la gente... pero si no puedes confiar en su dolor, no puedes confiar en nada más.
Infierno. Infierno en la torre. El sufrimiento es un buen motivo para la sublimación. No quiero ser tragado por el huracán de la insatisfacción, que vuelve siempre en pos de la vivienda que quedó en pie. No quiero ser el héroe de esta jornada. No quiero estar en el momento justo y en el lugar preciso para hacer, a fin de cuentas, una vez más, lo inapropiado. No quiero vivir en el fuego premeditado del caos. Sinceramente, no soy el hombre de tus sueños. No quiero este rol.
Lo siento, me he sacado el traje ininflamable para siempre... pues hay dolores que son incombustibles.

lunes, 31 de diciembre de 2007

AÑO NUEVO, VIDA NUEVA.

Es aterradora la encrucijada de la página en blanco. Todo, supuestamente, se encuentra en el germen de todo... nada, aparentemente, es nada... hasta que deja de serlo. La soledad de las ideas es, habitualmente, tan triste como la de los cuerpos. Hay, en ella, una abismo de incontinencias, un vacío de plenitudes posibles, una certeza de infinitudes, mucha eventualidad.
El peor de los eventos es aquel que puede acontecer... pero que no acontece jamás.
Sin embargo, la página cero es, muchas veces, más estimulante que la avanzada, que la corredora, que la que sirve de puente para un final que, de hoja en hoja, se resiste en llegar. El paso del tiempo es la máxima constatación de que, a fin de cuentas y pase lo que pase, nunca, en verdad, pasa nada. La vida se escribe... se escribe y se sigue escribiendo... y todas las palabras no valen un minuto de fulgor e intensidad. La vida es apasionante en el recuento, en el recuerdo, en las memorias... aparece dotada del milagro del sentido y la claridad... sin embargo, está, a todas luces, muerta. Se muere en cada segundo de vida... qué duda cabe... pero se muere dos veces si, además, se le recuerda.

El ser humano es un animal exótico: es el único que vive dos veces... o muere dos veces... o qué sé yo.... Pero es el único que atesora el recuerdo de su propia muerte.

viernes, 7 de diciembre de 2007

PELIGRO DE EXTINCIÓN.

No tengo vocación de mártir, ni estirpe de héroe, ni instinto asesino, ni delirios suicidas. No tengo el deseo de convertir mi vida en una tragedia... ni la necia insensibilidad de los amantes del sufrimiento. No me gusta el dolor. No me gusta pensar que no se vive sino en el padecimiento y que, cada dos minutos de alegría, hay algo de nosotros que fallece. La muerte no es la ausencia de vida... es la vida que desaparece, que se malgasta, que se consume... No deseo la trascendencia ni me apego a la permanencia... No pretendo ser lo que soy. No tengo pretensión alguna.
Mientras más declaraciones de principios intento, más finales arrementen en mi contra. La vida no es un tren a punto de partir, sino un avión inepto en constante aterrizaje forzoso. La próxima detención, al igual que la anterior, al igual que la anterior a la anterior, no será escogida. Nunca se sabe dónde te llevará el panne de gasolina.
Cada día que pasa, confirmo mi desconfianza: el amor es un ejercicio de valientes, un deporte de alto riesgo, una cruzada santa. Quién sabe por qué las más ambiciosas empresas seducen a los hombres ordinarios. Es cierto: no se me ocurre algo más extraordinario que el amor... y, a la larga, tan común y tan corriente. Somos legos tratando de ejercer una profesión de eruditos; somos nativos tratando de aprender una lengua docta.
Tengo una demanda ordinaria para una inquietud excepcional: exijo una explicación. ¿Acaso me rebelo contra lo imposible? ¿Acaso pido demasiado? Sólo quiero saber en qué minuto traté de elevarme más allá de lo razonable, para, estando ahí, sólo ahí, descubrir que sufro mal de alturas... Quiero saber quién me inscribió en esta pelea de box tan fuera de mi categoría... ¿Quién me contó este cuento? ¿quién me indujo a error? ¿quién dijo que esperaban por mí tiempos extraordinarios? ¿quién me inculcó esta inspiración?... No creo en la ideología que defiendo ni suscribo el panfleto de la esperanza que yo mismo he diseñado. No creo en la causa que me obsesiona. No sigo la luz que me enceguece. No añoro los tiempos que vienen ni desprecio los que no volverán. Soy sincero, no creo en las motivaciones de esta guerra que lidero, no creo en el futuro del futuro que construyo, no creo en el amor... después del amor... después del amor... después del amor.
Estoy cansado de este juego de espejos... de esta sala de maquillajes... de esta suerte de venganza de la clase obrera, empeñada en gobernar un país. Es mejor asumirlo de una vez: el amor me queda grande. De haber tenido conciencia de mis limitaciones, jamás habría pasado el examen; jamás habría intentado acercarme al oráculo, jamás le habría obligado a decirme lo que quiero escuchar. No quiero más confusiones. No tolero las expectativas. Quiero arrellanarme en el sofá y dejarme vivir en paz.
El amor es para los otros. Todo es para los otros. Mentira: nada que no sea para mí, lo es para los demás. En rigor, la belleza de las cosas está privada a la vista. En rigor, los desafíos más audaces sólo seducen a los cobardes. El cuidado del milagro, de lo frágil, de lo sublime, se encuentra en manos de incapaces, de precoces infantes, de trogloditas ajenos al arte de las sutilezas y los arrojos. Lo reafirmo: el amor es una disciplina para valientes. Por eso, ciertamente, está en peligro de extinción.

jueves, 22 de noviembre de 2007

ADVOCATIO ROLL

He tratado de no hacer muchos juramentos en mi vida. No sé bien por qué. Tal vez sea porque la cuestión lleva a Dios inmiscuido y él nunca se ha llevado muy bien conmigo; tal vez, sea porque soy reacio a comprometer mi derecho a cambiar de opinión; tal vez, porque tengo cierta debilidad por la verdad y, en toda promesa, va implícita la amenaza de fallar y de mentir. Ya lo creo: la honestidad es una virtud secundaria,; la sinceridad es un refugio para los cobardes.
No tengo un particular apego por la verdad. No creo que tenga ella, en sí, nada de valioso. La verdad, qué duda cabe, es. Tan sólo eso. La verdad es simplemente lo que es. A lo menos, la mentira supone algún grado de imaginación.
No obstante, siento un profundo desprecio por la mentira. Vivir, en ella, es inabordable, ilusorio, imposible, como pretender caminar a ciegas sin la tienta y el tropiezo. Quien miente, creo, tiene una patológica afición por el poder, pues la mentira engaña al mentiroso o a terceros, y, en ambos casos, no se funda en otra cosa que en el cobarde afán de hacerle fintas a la realidad, eludirla, como quien evade un proyectil teledirigido, una misiva fatal de remitente conocido, o una bofetada. Nunca se engaña al diablo ni a la muerte... Asumo que a Dios tampoco. Quien miente convierte la impostura en un don, revelando la ausencia de talentos. Aclarémoslo bien: no hay talento para la mentira, sólo crédulos que la avalan. La mentira es, a fin de cuentas, tan sólo una bomba de ruido, una distracción - conciente o inconciente -, una debilidad. Quien apela a ella, se defiende con las puras manos de un tropel de armas biológicas.
Así es, la verdad es la peor de las armas de destrucción masiva.
Hoy, he hecho un juramento público - tal vez, el primero -, y he decidido cumplir con muchos de mis juramentos privados - de los que, puedo asegurar, no he hecho el último -. Me he propuesto el afán de andar por la vida con la cara limpia, con la dignidad al hombro y el compromiso por la verdad que no tiene quien la admira, sino quien, simplemente, ya no le tiene miedo y, por ende, no teme perderla... de vista. Aquello, porque todo aquel que haya sobrevivido a la verdad, sabe bien que ella siempre está ahí, vívida y vivida, al alcance de la mano.

lunes, 5 de noviembre de 2007

LA OTRA VIDA

"La vida está en otra parte"
(Rimbaud / Breton / Kundera)

Yo no elegí esta vida, aunque la merezca. Yo no decidí el curso de los acontecimientos, aunque ellos no sean sino el resultado de mis acciones... el efecto de mis desafectos... el reflejo de mis groseras morisquetas en el espejo.

Ya llevo algún tiempo acostumbrándome a esta caverna. Es triste, lo sé, pero, entre la jaula y el hogar, tan sólo media una mínima noción de distancia, un breve período de tiempo, un instante de resignación. No deben menospreciarse las habilidades adaptativas del hombre, su desapego de todo vestigio de humanidad que, en su peso intrínseco, pudiere provocar el hundimiento... su instinto de sobrevivir.

A decir verdad, no soy yo quien ha escrito estas líneas. Sí, les miento todo el tiempo (tal vez, sólo sea a ti "crisantema", lo siento), pues, en efecto, mis palabras las escribe alguien más. Alguien que tiene tanto poder sobre mí como ningún ser humano, empeñado en ser humano, tendría sobre sí mismo. Alguien que deleita sus dedos con piruetas de titiritero, que goza en el goce ajeno y desfallece en el goce propio. Alguien que hizo del resentimiento un sentimiento - primero y primerizo -, del odio una filosofía de vida - de muerte y de resurrección -, y del amor una rueda de disfraces - y, por lo mismo, una fiesta -. Alguien que disfruta esta mascarada, que juega a no jugar nada a la segura, aunque, en rigor, no se juegue ni arriesgue verdaderamente nada. Los sedimentos de mi vida ya fueron a depositarse donde las anclas simplemente no se elevan.
Yo no elegí esta vida. Es más, por algún tiempo, preferí otra, luché por otra, me desangré por otra, hubiera muerto por otra vida. Hoy por hoy - bendita sea la resignación -, siento que he progresado: ya, sencillamente, no prefiero nada.
Todo lo que quise de la vida se encuentra en otra parte, fuera de mi alcance, y, con todo, si todavía me alcanza, a decir verdad, ni siquiera me vale el intento.

viernes, 26 de octubre de 2007

CONMEMORACIÓN.

Todos los días son iguales... salvo algunos días... Algunos días son distintos... salvo todos los días. Yo no sé cuál es el afán de recordar... Desconozco el origen del empeño en desmoronar, una y otra vez, los ladrillos que el olvido se encarga de apilar al otro extremo del pasado... La memoria es una guerra de guerrillas... viciosa... circular... autoflagelante... dependiente... imperecedera... Quienes viven en ella no saben vivir de otra manera... quienes viven en ella, simplemente, no saben morir...