viernes, 15 de junio de 2007

EXÁMENES Y GRADOS.

Que la vida nos pone pruebas… no cabe duda. Que nos estimula, nos consume, nos excede, nos supera y nos invita cruelmente a superarla, también. La vida es una trampa hecha a medida… y definitivamente inabordable… Es un desafío de los hombres y un castigo de los Dioses… Un espejismo… siempre al alcance de la mano… siempre ficticio e inasible… Un vaivén de triunfos insuficientes y de metas inalcanzables… Una “gymkhana” interminable…

En efecto, la vida avanza a la velocidad de la luz, mientras nosotros la seguimos a paso de tortuga. Cuando sorteamos la primera valla, el tiempo ya eligió nuestro próximo fracaso. “No te duermas en los laureles”- exclama Zeus, desde el Olimpo, mientras reproduce en su cabeza la siguiente etapa de esta “marathon”… la victoria no es más que un estado transitorio de la mente… merecido pero injusto… real pero impalpable… un sucedáneo de la euforia que, suficientemente diluido en alcohol, nos complace temporalmente, antes que el enemigo se asegure de mostrarnos que la batalla recién comienza… los Dioses siempre tienen planes demasiado ambiciosos para nosotros.

Sin embargo, en ocasiones, la voluntad del hombre se reviste de “divinidad” y el Olimpo se pone celoso… Por momentos, el castigo se vuelve desafío y el triunfo se convierte en rebelión… Por momentos, enrostramos a los Dioses su triste naturaleza de examinadores parciales… Y ellos, envidiosos y mezquinos, como simples mortales, realizan reverencias convenientes, mientras ensayan un nuevo simulacro de esta “producción en serie del fracaso” que es la vida… “Prueba superada...” – exclama Zeus, a regañadientes - "... que pase el siguiente" -.

Sin ánimo de soberbia, he de reconocer que, a lo largo de mi vida, he aprobado ya varios exámenes… y que, usualmente, ellos han traído satisfacciones temporales y, asimismo, secuelas permanentes. El origen del triunfo y el daño es exactamente el mismo… la persistencia de la voluntad del hombre para modelar la vida a su antojo… para resistirse a los dictámenes del tiempo, el azar y la razón…

Lo confieso: la porfía es mi pecado favorito.

Entonces, el triunfo no es un regalo, sino una convicción… una constatación del poder de la voluntad para modificar su entorno… un acto revolucionario… una provocación… Lo reconozco: adoro ser desheredado por los dioses… me fascina ser, algo así, como un hijo pródigo… merecer sus furias y reproches… y concentrar convenientemente su atención… obligarlos a extrañarme, y a festejarme, cada vez que regreso.

La victoria es como la fiebre… se eleva progresivamente en grados de temperatura que no son sino la medición de la ira de los censores de la emoción… de nuestros captores… del gobierno de los dioses que han hecho de la mediocridad un imperio… de los legisladores de un Estado que aspira a ser permanente bajo las leyes del terror… No me canso de decirlo: la felicidad es un estado de excepción…

“¿Terrorismo de Estado?” – me pregunta, Zeus, sin comprender plenamente el significado de la frase – y yo no me esfuerzo en explicárselo. Sólo me dedico a combatirlo, silenciosamente, mientras alzo una copa bacanalmente servida y me calzo transitoriamente mi corona de laureles… Al mismo tiempo, una sonrisa perversa se asoma, gradualmente, en la comisura de mis labios… y celebro.