martes, 27 de febrero de 2007

LA METAMORFOSIS.

Me he convertido en un monstruo. ¿Por qué este espejo roto me arroja siempre el mismo reflejo, la misma imagen distorsionada de mí?. Es una cruel verdad: uno no es sino lo que parece; uno no es sino lo que los demás creen que eres. ¿Qué ocurre cuando los que te aman, te aborrecen? ¿Cuando deben huir para no recordarte? ¿Cuando deciden rediseñar tu imagen a su antojo para ya no amarte? ¿Cuándo dejé de ser lo que era para convertirme en otro, en esta caricatura funesta de mí mismo? ¿Cómo les concedí al espejo tanto poder?

Algo es claro: ya no soy lo que era. Otra cosa: nunca seré lo que creo que soy. No creo ser un monstruo... y lo soy. Lo soy porque se me trata como tal. No creo ser una mala persona y se me castiga por todos los pecados del mundo. ¿Me lo merezco? Probablemente. El juicio de la vida nunca es injusto. Simplemente, tardío. Hay un desfase entre el crimen y el castigo. Hay un desfase entre el arrepentimiento y el perdón. Nunca antes me habían rogado tanto perdón y, a la vez, me habían hecho sentir tan culpable. Nunca había luchado por algo como si se me fuera la vida en ello, sólo para ver cómo lo perdía, el "algo" y la vida. Nunca había deseado tanto el respeto, para verlo difuminarse. Nunca había deseado tanto la verdad, sólo para recibir esta imagen quebrada, disgregada, borrosa de la verdad. Las cosas como son: todo lo que no es verdad, es mentira. Estoy harto de la mentira. Estoy harto de este juego de sombras, de espejos y reflejos. Estoy harto de vivir para descifrar lo indescifrable. La vida es un puzzle imposible.

No es mentira que el dolor me ha inflamado el corazón, convirtiéndolo en un bulbo horroroso, oscilante, en un hematoma de llanto contenido. No es mentira que mi cabeza se ha deformado, al mismo tiempo en que pensamientos deformes deciden su compostura. No es mentira que mis brazos, de tanto contener la represa de la tristeza, el muro de los lamentos, han tomado la forma de dos pilares monstruosos, dos columnas de piedra, dotadas de una musculatura vacía e inútil, músculos que parecen cartílagos, dedos inoperantes, articulaciones atrofiadas. No es mentira que mis piernas se han reducido a ser atriles del fracaso del movimiento, la inercia les ha vencido. No es mentira que pierden altura y que, en lo sucesivo, veo posible que tenga que arrastrarme. Mi abdomen se ha desprendido y nunca antes, créanme, estuvo tan cerca de suelo. La dignidad de un hombre no está en su corazón, sino en su estómago. Mis ojos se nublan, se estancan, reteniendo por demasiado tiempo la imagen anterior, el suceso previo, la vida se me está quedando atrás. Mis labios se secaron, mi nariz se humedece y se hunde en mi cara, negándose a precibir el aroma del mundo exterior. Me estoy revirtiendo. Mi piel se oculta y la mucosa resbaladiza de lo íntimo se vuelca hacia lo externo. Es un asco. Me he convertido en lo que siento, me he convertido en lo que pienso, no en lo que hago ni en lo que quiero ser. Soy una abominación, un simple desecho de la decepción.

Las cosas como son: uno no es sino lo que parece, lo que los demás creen que eres. Todo lo que fui, alguna vez, se terminó el día en que, al espejo en que solía mirarme, se lo llevó la mudanza.